La vida, en sentido poético termina por ser el arte de administrar nuestra muerte. La muerte nos ayuda a profundizamos en nuestra singularidad, porque al final solo se trata de mí, es justo a mí a quien la muerte llama personalmente por su nombre, es a mí a quien le apunta con el dedo sin darme la oportunidad de hacerme pasar por un amigo; no hay escapatoria, se terminaron los plazos; no queda el mañana lo hago y por más esfuerzo que ponga ya no podrán servirme de algo mis pretextos.   

Por eso, en virtud de la muerte mi existencia por fin es verdaderamente mía. Se acaba el tiempo, se acaba el tiempo, se acaba el tiempo, se acaba el tiempo, se acaba el tiempo.  

La muerte es un hecho íntimo, es un acontecimiento fascinante, es una experiencia que nadie puede transmitirle a otro. Nadie puede enseñarte a morir, nadie puede morir por otro; aunque cualquiera pueda sacrificarse por otro, con ello no logrará liberarlo tarde o temprano de su propia muerte.   

La muerte es un acontecimiento ecuménico, nos llega a todos. No revisa rangos, carteras, colores o intelectos, nadie puede escaparse de sus brazos por más fuerte que corra. Para algunos una desgracia, para otros el cumpleaños en la gloria.

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