La protagonista de esta edición sabía que el romance con el futuro sucesor al trono ruso sería breve y se cortaría abruptamente una vez que llegara el momento para un matrimonio. Empero, la bailarina imperial Matilda Krzesinska prefirió esta breve felicidad, reconstruyendo vívidamente cada cita con Nicolás II décadas después.

En líneas temporales, el amorío duró unos cuatro años. De encuentros accidentales en la calle pasó a citas acordadas en toda una mansión, mientras en la sociedad masticaban y multiplicaban los chismes alrededor del ligue.

A diferencia de Matilda, el último zar ruso sabía contenerse, guardando cierto hermetismo sobre sus relaciones con la bailarina. Por muy felices que fueran, cuando llegó la hora de casarse, no dudó en cumplir con su deber, al contraer nupcias con la princesa Alix de Hesse-Darmstadt, la mujer que sería la mujer de su vida.