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#119 En busca del fuego infinito

February 15, 2022 00:22:35 21.67 MB Downloads: 0

(NOTAS COMPLETAS Y ENLACES DEL CAPÍTULO AQUÍ: https://www.jaimerodriguezdesantiago.com/kaizen/119-en-busca-del-fuego-infinito/)

En 1865, el economista británico William Stanley Jevons dio la voz de alarma. Según él, el final del siglo XIX sería poco menos que apocalíptico. Por aquel entonces, Reino Unido era la mayor potencia mundial y buena parte de su economía se asentaba sobre un recurso que algún día se acabaría: el carbón. De hecho, según sus cálculos, se iba a terminar antes de que finalizara el siglo XIX.

Los periódicos de su época se hicieron eco de aquellos terribles presagios y se lanzaron a analizar en profundidad el peligro que acechaba a su nación. Sin carbón, el imperio británico estaba condenado a desaparecer. Toda la prosperidad que la incipiente revolución industrial había traído amenazaba con desaparecer de un plumazo, dejando tras de sí miseria y frustración. Aquellos años de viajes en ferrocarril y calefacción de carbón parecían tocar a su fin. Es más, se debatía sobre las fechas, pero no sobre el hecho. Unos situaban el fin del carbón en un par de décadas, otros algo más tarde, pero el desenlace parecía inevitable. 

Tanto que la alarma llegó al gobierno, al que la sociedad reclamaba medidas para atenuar el problema del “Peak Coal”, el pico de carbón, como empezó a conocerse el problema. Al frente de aquel gobierno estaba William Gladstone, de quien te hablé hace tiempo por un tema completamente diferente, en el capítulo 78, que dedicamos a cómo el lenguaje afecta a nuestra percepción de la realidad. De manera inmediata, se creó una comisión que monitorizaría las reservas de carbón del país y que sería la encargada de racionar su uso hasta el momento final.

Como ahora sabemos, sus presagios no se cumplieron. La producción de carbón siguió aumentando y haciéndose cada vez más barato y no alcanzó su pico hasta la segunda década del siglo XX. De hecho, a día de hoy, aún hay carbón. No porque sea inagotable, sino porque las alarmas de aquella época ignoraron algo fundamental: la capacidad inventiva del ser humano.

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